domingo, 2 de diciembre de 2007

CONSUMO Y LOS "OBJETOS" DE WARHOL: EL SENTIDO DADO DESDE EL INDIVIDUO

Andy Warhol era un sujeto silencioso, reservado, pasivo, enigmático. Sin embargo, era también visible, polémico, fascinante: estaba en el centro. La fama le obsesionaba, también el dinero.
Ello, en consonancia con los objetos de sus obras. Aquéllos están aislados, separados de su función, descontextualizados, alienados, silenciados. La silla eléctrica está sin víctima. Plasma en una tela una figura lineal, sin profundidad ni sombras, sólo una imagen que desvía la mirada hacia un concepto.
Tampoco hay interacción entre los objetos. Atractivos, aparentan una falta de sentido. La sopa Campbell es pura superficie, al igual como Andy Warhol reclamaría ser una persona superficial. Hollywood sería atractivo para él, ya que allí, "Todo el mundo es de plástico, me encanta el plástico. Quiero ser plástico".
En sus retratos no intenta plasmar el carácter del sujeto, sino que los trata en su superficie. Pinta las caras como máscaras, sin personalidad.
El objeto pasivo, deshumanizado y descontextualizado, demanda la fantasía del público, la experiencia propia. La vista se desvía del objeto para situarse en el sujeto en busca de una identidad. El espectador se vuelve activo con su mirada. Su vida cotidiana está plasmada en el cuadro, ante la cual reflexiona, entregándole la sensibilidad al cuadro que carece de ella. De ahí que la apreciación del cuadro sea un proceso individual, pese a que se esté en presencia de un objeto socialmente valioso. Son símbolos que son interpretados de forma cambiante.
Lo mismo ocurre al mirar el cine donde un nuevo ritmo, muy lento, provoca que aísle al espectador. La impersonalidad y la distancia permiten que la persona se evada, absorta en una atención mecánica, perdiendo el vínculo con la realidad. La percepción se vuelve propia frente a esos cuadros carentes de sentido.
Esta descontextualización de los objetos, encuentra su equivalencia con la sociedad de consumo. Ésta genera una cultura de masas, en donde hay referencias comunes, sin embargo, la apropiación de aquéllos se hace en forma individual. El consumo siempre ha sido individual. La cultura colectiva está dada por el "lugar" de encuentro, mall, supermercado, cine, pero requiere de una elección e interpretación privada. Los cuadros de Warhol se basan en la sociedad de masas, lo que le permite reclamar la participación del observador: la acción individual enmarcada dentro de la cultura de masas colectiva que le permite reconocer su propia experiencia en lo retratado, apropiándose del contenido.
Asimismo, se puede deducir el vínculo con el fenómeno de la suburbanización de la segunda posguerra, cuando se genera una introspección: el contenido disponible se capta de manera individual.
¿Qué quería decir Warhol con su obra? ¿Crítica o aprobación de una cultura masiva e impersonal? ¿Censura o venia al individualismo? Quizás la pregunta a contestar sea otra: ¿a que reflexión nos llevó Warhol? ¿En que nos hizo pensar? Al sacar un objeto tan común como una caja de detergente de su contexto el artista nos invita a la reflexión sobre lo cotidiano, la pregunta sobre lo no cuestionado: “…lo que separa a las cajas Brillo de Warhol de las reales es que aquéllas pueden desencadenar la reflexión, mientras que las de verdad jamás generan ningún proceso reflexivo.”[1]


[1] Lourdes Cirlot, Andy Warhol (Editorial Nerea, 2001) p. 30.

SOCIEDAD DE CONSUMO, WARHOL Y SU ARTE: EL VALOR DE LO NÓMADE

Andy Warhol rompe esquemas frente al rol del artista: "Creo que sería fantástico que mucha gente hiciera serigrafías, para que nadie supiera si un cuadro es mío o de otra persona". El artista es un mediador. Y reconocería que le gustaría ser una "Máquina". La producción era en serie, mecánica, al igual como los objetos de consumo que retrata. Hay una multiplicidad de herramientas y bienes que permiten una elección y un continuo tránsito, reflejando la sociedad en que vive: un movimiento permanente.
Warhol es un nómade. La sociedad de masas ofrecía aquello, dado que le permitía satisfacer toda su gama de intereses: inauguraciones de exposiciones, lecturas de poesía, obras de teatro minoritarias, danza moderna, películas experimentales. Siempre estimulado, no estaba dispuesto a perderse nada de Nueva York. Ello se plasma en su arte, en donde a través de diversos medios, cultiva "muchas artes", múltiples identidades: cine, fotografía, pinturas, esculturas. Y los temas de sus obras siempre retratan lo transitorio, de ahí la alusión a un mundo nómade, que la sociedad de consumo nos recuerda una y otra vez con sus objetos con fecha de vencimiento.
La cultura de masas facilita el que se deba transitar por diversos productos que se vuelven culturales, cargados de valor. La persona debe elegir constantemente, priorizando, equivocándose y optando por alternativas.
La fugacidad se percibe en las pinturas de Warhol: en ellas los objetos se encuentran sin un soporte, sin un contexto. Son rostros sin cuerpo.
Lo mismo ocurre con la experiencia del consumo: los objetos se encuentran presentados en serie, pero en "no lugares": se separan de la ciudad. Los malls y supermercados, núcleos de la sociedad de consumo, son lugares aislados, sin continuidades con lo urbano. De esta forma, el arte de Warhol se sostiene en una sociedad nómade, en la que la libertad consiste en cambiar, variar, elegir, consumir.


ENTRE LA TRADICIÓN Y LA MODERNIDAD

La sociedad de los 60 se impactó con Warhol. Su arte – y él—provocaban a través de su originalidad. Se le criticaba su estilo. Muchas veces, se consideraba su técnica como un mero copiar imágenes, eliminando el proceso creativo. Confundía el que en sus pinturas, sus objetos fueran bidimensionales, sin profundidad, sólo una superficie. Parecía buscar quebrar todas las tradiciones: sus formas, sus colores, las líneas y los temas de sus obras, rompían esquemas.
Sin embargo, también puede vérsele como el "último pintor de la tradición clásica". Se oponía al expresionismo y a las figuras abstractas. Su estilo alude a las clásicas naturalezas muertas, si bien Warhol destaca la condición de alienación del objeto de manera mucho más potente. Sin embargo, las naturalezas muertas, por ejemplo, en Cézanne, retratan objetos cotidianos sin aludir a su función. Las referencias son eliminadas, obligando al espectador a asumir nuevas interpretaciones. De ahí que la tradición está mucho más presente que lo que se reclamaba. Warhol en subrayar lo estético, sin profundizar en sus funciones, es novedoso pero continua con aspectos tradicionales.
Se relaciona también con lo moderno el hecho de que su producción artística fuese en masa, en un taller plagado de ayudantes que creaban en serie, a semejanza de la producción industrial. Rompía así con la imagen del artista solitario que completa por sí solo cada una de sus obras. Ese artista de inicios del XX que es pura inspiración, originalidad, individualidad. Si bien esto es una ruptura dentro de su contexto artístico, es comparable con una tradición de larga data, que se halla expresada en la vida de muchos artistas renacentistas que también hicieron de su arte un negocio sin por eso desvirtuar su rol creativo: “La ‘Factory’ no era bajo ningún concepto una fábrica, ni una empresa industrial, aunque el calificativo ‘Factory’ así lo proclamara provocativa e irónicamente. Se podía comparar mejor con el taller de un Verrochio, un Leonardo, un Cranach, un Tiziano, un Rubens o un Rembrandt.”[1]
La cultura de masas de EEUU también manifiesta aquella tensión entre tradición y modernidad. En la misma época de Warhol, se manifiestan efervescencias sociales potentes respecto a sectores postergados de la sociedad: los sectores negros, los movimientos feministas, los ambientalistas, pondrán en entredicho a una sociedad históricamente atravesada con el miedo a garantizar las libertades que tanto publicita ofrecer.
La sociedad de consumo instala valores que unifican. La producción en masa homogeniza. Los publicistas apuntan a una nación orgánica, sin divisiones y contradicciones. Cada estadounidense puede obtener los bienes que se promocionan, reflejándose una supuesta cohesión social. Sin embargo, las tensiones se respiran. Y el arte de Warhol, con sus objetos aislado, habla de esa fragmentación social.


[1] Klaus Honnef, Andy Warhol 1928 – 1987, el arte como negocio (Taschten, Alemania, 1992) p. 72

MUERTE Y CONSUMO

Los críticos de Warhol reconocen que el eje de su arte es la obsesión por la muerte. La "presencia" de sus objetos plasma una rebelión contra el paso del tiempo, el movimiento, el individualismo. Un Andy Warhol desesperado ante la fugacidad, coagula en las serigrafías imágenes que claman por atención.
De ahí que todos sus objetos: las sopas, las botellas de Coca Cola, los sellos postales, los billetes, los plátanos hablen de un proceso de decadencia que intenta ser detenido. Sus cuadros de portadas de periódicos reflejan toda su fijación con lo efímero que busca ser captado. Presenta asuntos fascinantes, triviales, asuntos de Hollywood que intentaba preservar. De ahí su preferencia por los diarios sensacionalistas, pasionales, fugaces, escandalosos. Su obsesión con la muerte se verá en el cuadro "129 Die in jet", donde el titular refleja su fijación con la violencia, la inmediatez, los accidentes como fenómeno mediático: atributos de una cultura de masas y del consumo.
Esta temática de la muerte se percibe en los retratos de gente famosa. Su obsesión por el retrato se une con su obsesión de otorgar perpetuidad a lo efímero. Fama y permanencia son rescatadas en Warhol a través de los retratos de vivos y muertos: Elizabeth Taylor, Jackie Kennedy, Elvis Presley, Troy Donahue, Marlon Brando, Warren Beatty, entre otros. Sin embargo, el de Marilyn Monroe es el más fascinante. Warhol conmemora a la artista, ya muerta. Realiza sus retratos en serie, aludiendo a la repetición de su imagen en los medios masivos, pero también la aísla en la tela, rescatando la unicidad, su condición de estrella.
Su fijación con lo conmemorativo y lo pasajero lo llevará a retratarse a él mismo. Y su motivación hacia el cine se explica por la misma obsesión: en la cinta, el tiempo es preservado y los objetos son inmortalizados.
Aquella obsesión con la muerte se explica por la sociedad de consumo, que produce objetos perecibles, transitorios. Incluso las sopas envasadas Campbell, tienen fecha de expiración. Warhol es parte de ese mundo de consumo. Consciente de que sus objetos de devoción, las estrellas de Hollywood, destellan por poco tiempo, su biblioteca contiene todo lo escrito acerca de aquellos famosos.

¿ARTE?

Queda la pregunta acerca de que si en Warhol encontramos "Arte". Su sociedad se preguntaba aquello, llegando a dudar de si el artista no estaría vendiendo más su persona que un don.
Sus figuras son inexpresivas. Presentan una línea caso comercial, sin duda influido por la publicidad, vestigios de sus trabajos pasados. De ahí que el estudioso de Warhol, D. Bourbon, cuestiona, "¿Encontraba belleza en las latas de comida de todos los días o estaba satirizando la estandarización y conformidad de la sociedad norteamericana?[1]"
Sin duda es arte. Su técnica será inexpresiva, centrado en el "envase", pero pese a su "fría" presentación, genera en el espectador una interpretación cargada de significaciones, aludiendo a referencias personales. Warhol copia imágenes. Pero las recontextualiza, las modifica y las dispone en un nuevo soporte, creado para provocar. La persona del artista está presente. Construye series, pero de diferentes tamaños y formatos. Es consumidor, pero también productor.
Critica Barbara Rose, analizando el Pop Art, "Sólo Andy Warhol ha ofrecido realmente algo nuevo en términos de técnica, adaptando el proceso comercial y meramente mecánico de la serigrafía a la intención de pintar un cuadro".
Tomemos el ejemplo de las latas de sopa Campbell. Aquéllas son un producto comercial, aparentemente simples. Los lienzos parecen sin imaginación. Sin embargo, el artista les asigna un rol. Y aquella obra que aparenta una escasez de sentido, es interpretada por el espectador, quien le ofrece un significado. Éste está dado por la precariedad de los objetos, la caducidad. Las repisas del supermercado se vacían, sin embargo, en la pintura, los productos envasados permanecen. La degradación es una preocupación del artista, ejemplificada en las latas de sopa con la etiqueta quebrada.
Warhol interpela a una sociedad de consumo. Pinta las sopas Campbell cuando el 80% de las latas de sopa envasadas que se vendían en EEUU eran de aquella marca. Pinta latas aisladas, sacadas del medio masivo. Sin embargo, también pinta conservas en hileras. Reproduce la producción en serie de los objetos de consumo de masas. Crea una pared de etiquetas que se refiere a las estanterías de un supermercado. Lleva al espectador a relacionar la experiencia del consumo, la abundancia, con la apreciación de una obra de arte. Y éste se confunde: busca un punto focal con la mirada, su mirada se desplaza por el cuadro, pero el centro se encuentra disperso.
Sus retratos en series cuadriculadas, por ejemplo de Marilyn Monroe, Jackie Kennedy y Elvis Presley, las hileras de sopas, sellos de correo aéreo, billetes de dólar y botellas de Coca Cola, y ketchup Heinz demuestran que Warhol recoge la producción en serie, característica de una cultura de masas centrada en la experiencia del consumo.
Sin embargo, interpela al espectador. Recoge y propone. Ello se ve en su respuesta frente a la pregunta acerca del significado de las sopas Campbell, ¿Qué más da lo que la sopa o la lata de Campbell signifiquen para mí? Lo importante es lo que cada uno de vosotros piensa…Yo ya he hecho mi declaración. Está ahí".


[1] David Bourdon, Warhol (Editorial Anagrama, Barcelona, 1989) p. 90.