La sociedad de los 60 se impactó con Warhol. Su arte – y él—provocaban a través de su originalidad. Se le criticaba su estilo. Muchas veces, se consideraba su técnica como un mero copiar imágenes, eliminando el proceso creativo. Confundía el que en sus pinturas, sus objetos fueran bidimensionales, sin profundidad, sólo una superficie. Parecía buscar quebrar todas las tradiciones: sus formas, sus colores, las líneas y los temas de sus obras, rompían esquemas.
Sin embargo, también puede vérsele como el "último pintor de la tradición clásica". Se oponía al expresionismo y a las figuras abstractas. Su estilo alude a las clásicas naturalezas muertas, si bien Warhol destaca la condición de alienación del objeto de manera mucho más potente. Sin embargo, las naturalezas muertas, por ejemplo, en Cézanne, retratan objetos cotidianos sin aludir a su función. Las referencias son eliminadas, obligando al espectador a asumir nuevas interpretaciones. De ahí que la tradición está mucho más presente que lo que se reclamaba. Warhol en subrayar lo estético, sin profundizar en sus funciones, es novedoso pero continua con aspectos tradicionales.
Se relaciona también con lo moderno el hecho de que su producción artística fuese en masa, en un taller plagado de ayudantes que creaban en serie, a semejanza de la producción industrial. Rompía así con la imagen del artista solitario que completa por sí solo cada una de sus obras. Ese artista de inicios del XX que es pura inspiración, originalidad, individualidad. Si bien esto es una ruptura dentro de su contexto artístico, es comparable con una tradición de larga data, que se halla expresada en la vida de muchos artistas renacentistas que también hicieron de su arte un negocio sin por eso desvirtuar su rol creativo: “La ‘Factory’ no era bajo ningún concepto una fábrica, ni una empresa industrial, aunque el calificativo ‘Factory’ así lo proclamara provocativa e irónicamente. Se podía comparar mejor con el taller de un Verrochio, un Leonardo, un Cranach, un Tiziano, un Rubens o un Rembrandt.”[1]
La cultura de masas de EEUU también manifiesta aquella tensión entre tradición y modernidad. En la misma época de Warhol, se manifiestan efervescencias sociales potentes respecto a sectores postergados de la sociedad: los sectores negros, los movimientos feministas, los ambientalistas, pondrán en entredicho a una sociedad históricamente atravesada con el miedo a garantizar las libertades que tanto publicita ofrecer.
La sociedad de consumo instala valores que unifican. La producción en masa homogeniza. Los publicistas apuntan a una nación orgánica, sin divisiones y contradicciones. Cada estadounidense puede obtener los bienes que se promocionan, reflejándose una supuesta cohesión social. Sin embargo, las tensiones se respiran. Y el arte de Warhol, con sus objetos aislado, habla de esa fragmentación social.
Sin embargo, también puede vérsele como el "último pintor de la tradición clásica". Se oponía al expresionismo y a las figuras abstractas. Su estilo alude a las clásicas naturalezas muertas, si bien Warhol destaca la condición de alienación del objeto de manera mucho más potente. Sin embargo, las naturalezas muertas, por ejemplo, en Cézanne, retratan objetos cotidianos sin aludir a su función. Las referencias son eliminadas, obligando al espectador a asumir nuevas interpretaciones. De ahí que la tradición está mucho más presente que lo que se reclamaba. Warhol en subrayar lo estético, sin profundizar en sus funciones, es novedoso pero continua con aspectos tradicionales.
Se relaciona también con lo moderno el hecho de que su producción artística fuese en masa, en un taller plagado de ayudantes que creaban en serie, a semejanza de la producción industrial. Rompía así con la imagen del artista solitario que completa por sí solo cada una de sus obras. Ese artista de inicios del XX que es pura inspiración, originalidad, individualidad. Si bien esto es una ruptura dentro de su contexto artístico, es comparable con una tradición de larga data, que se halla expresada en la vida de muchos artistas renacentistas que también hicieron de su arte un negocio sin por eso desvirtuar su rol creativo: “La ‘Factory’ no era bajo ningún concepto una fábrica, ni una empresa industrial, aunque el calificativo ‘Factory’ así lo proclamara provocativa e irónicamente. Se podía comparar mejor con el taller de un Verrochio, un Leonardo, un Cranach, un Tiziano, un Rubens o un Rembrandt.”[1]
La cultura de masas de EEUU también manifiesta aquella tensión entre tradición y modernidad. En la misma época de Warhol, se manifiestan efervescencias sociales potentes respecto a sectores postergados de la sociedad: los sectores negros, los movimientos feministas, los ambientalistas, pondrán en entredicho a una sociedad históricamente atravesada con el miedo a garantizar las libertades que tanto publicita ofrecer.
La sociedad de consumo instala valores que unifican. La producción en masa homogeniza. Los publicistas apuntan a una nación orgánica, sin divisiones y contradicciones. Cada estadounidense puede obtener los bienes que se promocionan, reflejándose una supuesta cohesión social. Sin embargo, las tensiones se respiran. Y el arte de Warhol, con sus objetos aislado, habla de esa fragmentación social.
[1] Klaus Honnef, Andy Warhol 1928 – 1987, el arte como negocio (Taschten, Alemania, 1992) p. 72
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